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domingo, 27 de mayo de 2012

Soul Bisontes: en ÓRBITA. La historia de un proyecto de vida sónico


  Un artículo de Pablo Cobollos


   “Mentes de Ácido” me ha pedido que haga una autobiografía a fondo de la banda. Mostraré, para todos vosotros, una serie de hechos, como yo los viví. La historia del grupo hasta hoy.

   Corría el año 1983 cuando, a la edad de 16 almanaques porno, conocí a Titín G. Albuerne, (un campeonato de liga menor que yo). Antes de eso, nuestros primeros años de existencia en el barrio madrileño de Cuatro Vientos habían sido, supongo, similares a los que se podrían vivir en otros extrarradios semicutres en los años 70: veranos en las charcas, cabañas en los descampados, verbenas donde sonaban los éxitos del Rock & Roll y de la “Música Disco”; en fin, todo el tiempo callejeando y metiéndonos en mil líos. Crecimos, podría decirse, en un estado “semisalvaje”. El extrarradio es una especie de “no lugar”. A medio camino entre la ciudad y el campo (sobre todo en aquella época), es ambas cosas y a la vez no es ninguna de ellas. Es una suerte de tierra de nadie.
    Y ese rasgo, me parece, caracterizaría bien lo que luego sería nuestra versión del rock.
   De ahí también, creo, nuestra querencia por fundir los aires camperos con los más tóxicamente urbanos.
    Dedicarnos a tocar Rock & Roll era, además, una forma de seguir haciendo el gamberro, de divertirnos, y también, creo, de rebelarnos contra este biotopo zombi en el que todos “crecemos”, y al que aún hoy no logro (ni quiero) “adaptarme”.
    Entre 1983 y 1987 nos dedicamos a ir a todos los conciertos de música rock, punk, y pop que nos fue posible. En mi caso, puede decirse que comencé como espontáneo: me subía a cantar a los escenarios, hasta que venía alguien, y me echaba de allí. Pero, además, solíamos aprovechar, Titín y yo, cualquier circunstancia para jugar a hacer música, [él aporreando cosas, y yo, a veces, ¡incluso hasta guitarras de verdad!]. Llegamos a improvisar, en alguna ocasión, hasta nueve horas seguidas, y claro, sin preparación académica, la cosa terminaba en muñecas destrozadas y manos sangrantes.
    Maníacos, en definitiva, y punto.
    La tardía eclosión en este país de lo que llamaban punk y new wave nos permitió [como creo que le sucedió a mucha gente], asumir que nosotros podíamos ser también “músicos” de rock, sin necesidad de tener ningún tipo de preparación técnica, teórica ó práctica alguna, o, al menos, muy poca. Sólo parecía hacer falta echarle morro, y ya está
   Así que en 1987 nos metimos en “serio” en un local, a darle al asunto. Nos hacíamos llamar Los Calambres, en honor a nuestros muy admirados The Cramps. Mi primera decepción fue cuando se nos unió un bajista. Es decir, por él me enteré de que lo que tocábamos “debía” reducirse, en cierto modo, a una cuestión matemática, aunque Titín y yo nos acompañábamos perfectamente en una especie de infinito y maleable “compás universal”, todo hay que decirlo. Desde ese momento, creo ahora, la verdad, nuestra música comenzó a degenerar o, lo que es igual, a tomar un rumbo más “normal”. Al menos aparentemente.
   A finales de ese año entramos a ensayar en los recién estrenados locales Carabox (próximos a las charcas de nuestra infancia). También cambiamos el nombre por el de Los Moscardones (1988), pero sin dejar de practicar un estilo psychobilly, shake y garajero de fuertes tintes psicóticos y suburbanos; siguiendo, sobre todo, la estela de Fuzztones, Miracle Workers, The Seeds, Bonzo Dog Band; y de todo lo que sonase a Rhythm & Blues insólito y ciclotrónico. Aquel verano grabaríamos “Viaje Salvaje”; primer tema que veíamos publicado gracias a Ángel Álvarez, incansable activista del underground madrileño. La cosa era para el recopilatorio “Hard On”, un EP en vinilo que compartimos con Freedom, Los Imposibles y School Death. Recuerdo que intentando grabar los coros nos entraba la risa tonta, sólo de vernos en un estudio. 

Concierto de los Moscardones, 1989, para la presentación del Ep “Hard on”

     Así, empezamos a dar los primeros conciertos en Clubs de dudosa reputación; e incluso tocamos en una Escuela Taller de Cantería, en la que todos los miembros del grupo, exceptuando a David G. Bonacho (organista), entre otras cosas, picábamos piedra. Nuestro bajista era Javier Barroso que venía de tocar con Los Aristogatos, un grupo de rockabilly boggie.
    Hace poco volví a ver la videograbación de ese concierto y, una de dos, o éramos aún más malos tocando de lo que recordaba, o es que la vil estricnina causaba estragos en nuestros ya de por sí castigados neurotransmisores, [aunque ciertas aficiones tóxicas nunca serían, la verdad, compartidas por todos los integrantes del proyecto].
    El año que pasamos en aquel lugar, dejado de la mano de la sensatez, donde se daban cita los personajes más absolutamente inverosímiles que (en estado de vigilia) yo jamás haya visto juntos, [parecían sacados de un tebeo de Daniel Clowes; en versión mutante de Casa de Campo madrileña, claro], nos marcó, en resumen. Yo me encontraba como pez en el agua. Y nos dejó, aquél sitio, vibraciones <<cavernícolas>>, cósmicas, de “gazpacho lisérgico”, vamos, (aunque daba igual consumir desinhibidores de serotonina o no, la verdad) para siglos de inspiración. Así fue.
     El caso es que a finales de ese año picapedrero, y a pesar de que yo había adquirido en 1987 un órgano Farfisa, la mitad del tiempo éramos un trío, (aunque a veces Nacho Laguna colaboraba a la guitarra). Y, como tal trío, grabamos “Retorno a las Cavernas” y “El Hombre de Sal”, canciones que playbackeamos por la tve2, en 1990, en el programa “Cajón de Sastre”. La teleprisión, es verdad, sirve para abrirse camino en el mundo del pop, [eso dicen, al menos]. A mí personalmente me ha servido, entre otras cosas, sobre todo, para tener unos “educadores” de juguete, bidimensionales.
    Y Soul Bisontes no fue sino una prolongación de todo lo anterior, [el nombre lo elegimos por devoción a cierto tipo de música norteamericana (Blues, Doo Bop, Funk, es decir: <<Soul>>, en una palabra) , y por estar abducidos por las canciones de Buffalo Springfield. Y por sonarnos guay, claro]. Aunque, también, el grupo nació con un planteamiento renovado fruto de la incursión, más a fondo, que Titín y yo comenzamos a hacer en la historia del Rock Ácido Californiano, y, principalmente, en la música de The Doors (aún hoy, y tras cientos de escuchas, me siguen pareciendo, inexplicablemente, un grupo del futuro). Hay grupos que le vuelven a uno idiota; lo cual no está mal.
    Tremendamente permeables, en Carabox conocimos a muchos músicos cuyo contacto (improvisábamos juntos) nos intoxicó y enriqueció: Trifide::Freud, Demonios Tus Ojos, Usura; y otros de diversas tendencias algo más “alejadas” del Rock (Jazz, Música árabe, Calypso, Tex-mex, etc.). Igualmente, conocer a Javier Corcobado y a los hermanos Colis supuso otra influencia importante. Al mezclarse con nuestros ascendientes “sixties”, estos referentes produjeron, creo, un sonido, por suerte, libre y descarriado.
   Pero otra influencia, para mí muy importante, aunque no tan evidente, es la de las bandas sonoras de las películas. Esta última aficción, compartida por David G. B., junto a la de The Doors, hacían de él el teclista (y violinista) ideal para el proyecto bisontesco.
   Dejar siquiera una mínima constancia de los grupos y los músicos que a lo largo de nuestra vida y obra nos han marcado, sería algo desproporcionado. No obstante, diré que cuando un grupo ha de buscar su propio sonido, se ve obligado a elegir un determinado camino del que debe “excluir”, en principio, parte de sus gustos. Esa es, al menos, mi experiencia. Como compositor, sin embargo, nunca me conformé con la idea de que todos mis gustos musicales (y los del resto de la banda) no quedasen, de una u otra forma, reflejados en las canciones. El problema, entonces, es que te pueden salir varios temas de varios estilos, pero no un estilo propio. Y precisamente eso que llaman rock psicodélico y / o progresivo resuelve, creo, la cuestión. Se trata de géneros tan radicalmente abiertos que permiten ser traicionados sin salirte de ellos. Su planeta pertenece, en mi opinión, a esa especie de misticismo sonoro, psicótico, global, en el que pueden fluctuar todas las realidades. 

 
De izquierda a derecha: D. G. Bonacho, T. G. Albuerne, P. Cobollo, J. Barroso, en 1991.

    Los textos de las canciones

   En cuanto a los textos de las canciones, dependen de lo que me apetezca en el momento. Las más de las veces los concibo —al igual que la música— como “máquinas de goce”. Incluso cuando son, me parece, más claramente subversivos.
    Sólo añadiré que el significado real de un verso como: “el sol se hace un zapato con un río” es tan absolutamente enigmático como pueda serlo el significado de la frase: “el árbol es un vegetal”. Y quizá ésta última sea, aún, más inescrutable. Quizá, también, igual de idiota o de fascinante. En buena medida se trata de un asunto de fe, de la percepción que se tenga del mundo o del grado de confusión mental de cada uno. La diferencia principal es que la segunda frase está, en su ambiente habitual, al servicio de la opresión, y, la primera, de la libertad.
     ...y la historia continúa
    En 1991, Soul Bisontes ofreció gran número de conciertos, gestándose el auténtico directo del grupo. Nos echábamos muchas veces a la carretera con el mueble Farfisa atado a la baca de nuestro viejo R-12 ranchera, jugándonos el tipo en mitad de nieblas nocturnas y diluvios morrocotudos (que nos convertían en hombres-topo), para recorrer el país actuando y viajando de aquí para allá.
   Fue entonces cuando comenzamos a dedicar un espacio en cada actuación para la improvisación, aderezándola con los surrealistas cortometrajes en Super-8 que David G. B., Nacho L., y un servidor, realizábamos.
   Después, ya en 1992, y de la mano del esclarecido e inconmensurable aventurero Hipólito de la Rosa y de su fanzine Clan Orate, apareció “Corazón Veloz”, nuestro primer EP en vinilo, en el que Albertín Sobórnez nos echaba un cable, repleto de feeling, al bajo.
    Aunque prosiguió colaborando en alguna que otra grabación con su violín, en1993 David G. B. tuvo que dejar el grupo. Pero en la emisora independiente de Radio Vallekas, donde Titín y yo regurgitábamos una hora semanal de free rock y de otros contenidos alienígenas, conocimos a Gregorio Karman (ex-guitarrista de Insanity Waves, banda grunge), quién decidió unirse a la banda como nuevo funambulista de las teclas. Fue, ésa también, una época sumamente intensa en la que gozábamos de largas sesiones improvisatorias privadas y públicas; llegando a ofrecer conciertos enteramente improvisados (algunas veces sin bajista) y en estados de conciencia inducidos unas veces por sustancias psicoactivas ilegales, y, otras, por la propia musicalidad que salía de los instrumentos.
    En uno de esos conciertos [en Leganés fue, pero no recuerdo el nombre de la sala], y con uno de nuestros bajistas eventuales: Mario (no recuerdo el apellido) —amigo del barrio y karateka amateur—, terminamos la actuación con un “caos retórico” al uso. Similar al que tan bien llevasen a la cima sus epígonos, The Who. El problema es que el buen Mario aún no estaba muy ducho en estas cuestiones, puramente escenográficas [no “reales”], y, en el paroxismo de la “anarquía”, le asestó una marcial patada a su imitación de Rickenbacker. El instrumento atravesó el escenario volando e hizo diana en mi cabeza. Alguien diría, más tarde, que del impacto vio salir chispas, y aunque eso es improbable lo cierto es que yo acabe en el hospital. Y allí recibí mi pequeña dosis de radioactividad, ya sabéis. En resumen, en el escenario había sangre, y esa noche vendimos todas las maquetas. 


1993. G. Karman 
1993. P. Cobollo, T. G. Albuerne, G. Karman

    Fruto de esta época es el primer LP en vinilo de Soul Bisontes: “Vértigo Peninsular” (1994). Su sonido es sumamente lírico y “atmosférico”, creo, si se compara con la “violencia” de muchos de los directos de aquel momento. Y, aunque hay algún tema frenético, en buena medida eso lo quisimos así. Durante las mezclas, y en alguna canción, mis indicaciones a Julián Cabezas (técnico del estudio) eran: “hagamos que las líneas de moogs y teclados traduzcan las perspectivas espaciales de M. C. Escher”, o,“quiero que cuando se escuche esto el aire huela a mierda de toro”, y otras sugerencias por el estilo.
    Para este disco, recogido en un 8 pistas analógico, se grabaron 17 temas en directo en el estudio [exceptuando la voz, los violines, los moogs, el banjo y el acordeón], de los cuales Murky López y Eva Solex eligieron 14 canciones, y todos tan contentos. Alehop! fue, a partir de entonces, el sello con el que nos identificaríamos debido a su actitud de espíritus libres, y a su absoluta honradez a la hora de apostar por aquello en lo que “nadie” cree. [Y por habernos fichado a nosotros, claro.]
    De aquella grabación quiero contaros algo más. Cuando David G. B. grababa su arreglo de violín en “Otoño mal calculado” (inundando el silencio nocturno del estudio de melancólicas notas), yo tuve que ir un instante al retrete, bastante alejado de la pecera, pero hasta donde llegaba, lánguida, la desconsolada música. Así, y mientras aliviaba la vejiga, pude escuchar, por el ventanuco, a un gato. Maullaba. ¡Y lo hacia al son de la melodía!. Callaba, cuando David lo hacía, y recomenzaba, siempre al unísono, y afinando [más que un servidor, por aquel entonces, si os acordáis]. Viejo aristogato vallecano. Fui a contarlo a todos los presentes. Lastima que no disponíamos de una grabadora de mano, y el retrete estaba tan lejos que no llegaba ningún cable. De no ser así, aquel gato espontáneo habría figurado en los créditos. Os lo aseguro.


1994. G. Karman, A. Sobórnez, T. G. Albuerne, P. Cobollo. Esta es la formación que grabó Vertigo peninsular.

    En esos primeros años Soul Bisontes llegó a un público minoritario, pero, eso sí, tremendamente entregado y fiel. En este país, un grupo de nuestras características siempre lo ha tenido muy difícil para salir de las catacumbas de la marginalidad, cosa que a mí sigue sin preocuparme, [al menos no demasiado]. Lo que quiero decir es que siempre hicimos la música que nos dio la gana, lo cual ya de por sí es un lujo y un éxito. Y, si en mi caso, quizá tuve que sacrificar algo, eso no supuso realmente un sacrificio, pues fue por propia elección. Aunque, elegir entre no asesinar tus sueños o convertirte en un muerto viviente no es mucha heroicidad, creo. Por otro lado, rechazo el mito de que exista algo así como una música “autentica” frente a alguna otra que no lo sea. Esto es ridículo. Toda la música es lo mismo. Sonidos en el aire.
    En fin, el caso es que la enorme entrega que dedicábamos al proyecto no cubría suficientemente las expectativas de “todos” los miembros del grupo, razón (una entre muchas) que contribuyó durante los dos años siguientes al paulatino desgaste de la cohesión interna de la banda.
     Aún así, en 1995, (e incorporado Juan Moreno al bajo desde un año antes), David G. B. volvería a la formación para grabar el último disco de ese primer período de Soul Bisontes. El resultado fue el CD “La Alcantarilla del Paraíso”; que cosechó en agosto, nada más aterrizar en Madrid desde el festival de Serie-B de Pradejón [único festival extra-comunitario en el que el grupo ha participado hasta la fecha] , y tras su publicación, en 1996, la banda se tomó unas muy largas, largas, vacaciones.

1996. Banda que grabó La Alcantarilla del paraiso.



    Y la historia no terminó ahí. La etapa anterior representó sólo el prólogo de esta historia de vida sónica. Después de dedicarme a hacer cosas en solitario: cortometrajes, música, poesía, [esporádicas actuaciones en universidades, psiquiátricos, asociaciones de empaquetadores de bombillas, etc.]. Con un renovado, extenso y muy cincelado repertorio, en el año 2003 volví a formar Soul Bisontes, con nuevos y aguerridos músicos: Iván Rodríguez, Mick Jiménez, y Nacho Álvaro. Con quienes, después de pasar ese año tocando en directo, se grabó el EP “Magia Cotidiana”, una vez más bajo los auspicios del sello Alehop!.
    Con todo, y como esto es la historia de nunca acabar, Titín G. Albuerne regresó, en 2004, otra vez a la banda equipado del fiscorno y los tambores. Sin embargo, tras un año de conciertos y una grabación de cinco canciones [cuatro aún inéditas] tuvo que dejar de tocar en los actuales Soul Bisontes por razones ajenas a su voluntad, ocupándose ahora en su tiempo libre de aspectos oficinescos.
    Por mi parte, hoy sigo viviendo en el extrarradio, en tierra de nadie, al igual que la música de Soul Bisontes, que en estos momentos está más viva que nunca, gracias a Jorge Rockabrut [bajista, —viejo colega ex-picapiedra, procedente de la escena garajera], y a Miguel Rey [sintetizador analógico Crumar y piano. Profesor de física cuántica. Y pianista en Urban Freaks, donde le pega al “free jazz”], y a Daniel Bataller [curtido baterista que, tras unos años tocando rock en EE.UU., vuelve recientemente a Madrid y se incorpora en estos momentos a la banda], y, obviamente, al que suscribe, encargado de la guitarra, el canturreo y las letras de las canciones. Para mí la mejor formación y el mejor repertorio de la banda hasta la fecha.

     ¡GOOD VIBRATIONS para todas las mentes desabrochadas y ácidas! 


Madrid, 19 de septiembre de 2005 

Este artículo puede ser reproducido libremente siempre sin ánimo de lucro y cintando autor y fuente.

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